viernes, 15 de junio de 2012

La amante cubana


La amante cubana



La amante cubana
La Habana Vieja, 2011 Enrique Meneses, Cristina Rodero, García Alix e Isabel Muñoz lideran la muestra

'Amor con amor se paga', escribió en 1875 José Martí. Y más de un siglo después, un grupo de artistas acata el mensaje del pensador cubano. Enrique Meneses, Cristina García Rodero, Alberto García Alix e Isabel Muñoz, enamorados confesos de Cuba, devuelven su pasión a la isla de la forma que mejor saben.
Más de 60 imágenes de 11 fotógrafos españoles dejan constancia de su relación de amor. Motivos tienen. "Su naturaleza, su gente, su luz, ese preciosismo de sus calles... Lleva 50 años detenida en el tiempo y te da cosas que ningún otro país latinoamericano puede darte", enumera Juan Carlos Moya, encargado de comisariar la muestra buceando en sus trabajos.
La Habana Vieja, 2011
Cada uno en su estilo, dejan una visión de la isla que la equipara a la amante que no se puede olvidar, aunque pasen los años. Los paseos por el malecón, las derruidas casas de La Habana, las bailarinas de 'clásico', los aguaceros del campo, la piel, el olor, las manos...
El eje que aglutina la declaración de amor es el periodista Enrique Meneses, el único que convivió con la guerrilla de Fidel Castro y el Che Guevara en Sierra Maestra. Sus fotos muestran el lado más humano de unos jóvenes que bebían de la utopía e hicieron triunfar la Revolución. Los años del mito y el romanticismo. "Él fue el primero en ir y es el referente con su fotoperiodismo. Después, llegó el retrato y el punto de vista artístico de los otros 10 fotógrafos", explica el comisario.
Meneses estuvo en la isla en 1957 y 58, c Sierra Maestra, 1958. 
onvivió 10 meses con la guerrilla, y tuvieron que pasar 30 años para que un fotógrafo español volviese. Fue Diaz Maroto, al que siguieron en los 90 destacadas firmas. Están las nostálgicas imágenes de Toni Catany, retratos inéditos de García-Alix, los documentos antropológicos de García Rodero, el hiperrealismo mágico de José María Mellado, la carnalidad de Isabel Muñoz...
Aunque se mantiene ajena a consideraciones políticas, la muestra marca fechas como la caída del Muro de Berlín, que dio paso al 'periodo especial', de extrema austeridad para los cubanos. "Habían estado viviendo de espaldas al mundo con el respaldo soviético, pero a partir de ese momento tienen que abrirse para conseguir recursos y es cuando empiezan a entrar los fotógrafos. Antes, entre el régimen que teníamos nosotros en España y el que tenían ellos, no se podía ir", explica Moya.
Antes de llegar a Madrid como parte del programa de Photo España 2012, la exposición se inauguró en el Museo de Bellas Artes de La Habana, donde vivió el entusiasmo con que los cubanos consumen el arte. Ése que les lleva a vitorear en el ballet con la misma pasión que en el béisbol: "Se volcaron con ella. Les gustó descubrir cómo veían su país los maestros españoles de la fotografía".

Aséptica en terreno político, la muestra llega cargada de implicación emocional. No en vano la han bautizado 'La tierra más hermosa', legendaria frase atribuida a Colón la primera vez que avistó Cuba a bordo de la Nao Santa María. Y es que ya se sabe, amor con amor se paga...y todo lo contrario, dice ABRADELO.

NIÑO, DEEEEEEEEEEEEEJA DE JODER CON LA PELOTAAAAAAAAAAAA


.NIÑO, DEJA DE JODER CON LA PELOTA...NIÑO...


En defensa de Herodes

·         Wes Anderson, en un momento del rodaje de 'Moonrise kingdom'.
·         Wes Anderson desmonta la 'mistica de la infancia' en 'Moonrise kingdom'
No está claro lo que sea la infancia. Hubo un tiempo en que, si hacemos caso a Bill Bryson, ni siquiera existió. Los niños eran seres normales y pequeños que no precisaban de psicólogos ni profesores de apoyo. O no tanto. Hasta que se inventó esa sensación extraña, entre el misticismo y, admitámoslo, la simple estupidez, según la cual un niño no es tanto un ser humano por formar como la forma con la que determinados adultos "se completan" o "se realizan".
Antes de la llegada del 'misticismo infantil', llamémoslo así, la infancia tenía la cara sucia y las rodillas con una herida reciente. Escritores como Mark Twain transformaron el espacio necesariamente en blanco y vacío de la niñez en el campo de batalla de todo lo que vendrá después. La realidad, con sus códigos, sus ritos, sus miserias y la amenaza del Indio Joe; y en frente, el deseo, Huckleberry Finn con las manos manchadas de barro.
Pues de esto precisamente se ocupa la última película de Wes Anderson; probablemente el director más intensamente moderno, en el mejor y más inteligente de los sentidos, que puebla el panorama del cine, obviamente, moderno. Su 'Moonrise kingdom' es de principio a fin perfecta. Tan inteligente como emotiva. Tan calculadamente cerebral como conmovedora. Tan real como soñada. Tan cautivadora como precisa.
De nuevo, el director de obras tan peculiarmente maestras como 'Viaje a Darjeeling' o 'Fantastic Mr. Fox' insiste en su universo 'desemocionado' para rastrear en las claves que mueven eso tan turbador y extraño que es la emoción. Otra vez, la comedia se ofrece desnuda con la idea de desmontar el mecanismo de las sensaciones más primarias e imperfectas (incluido el ejercicio de reír). De nuevo, Bill Murray, derrotado y triste, se antoja el cómico más desoladoramente divertido. Y a su lado, Bruce Willis convertido en exactamente lo contrario de lo que fue.
Cuenta el director que la historia no habla de su infancia, sino de lo soñado en su infancia. Y en esa quiebra, en el hueco en el que que cabe la voz 'deseo', se instala la historia de dos adolescentes, quizá niños, enamorados y en fuga. No hay más. Alrededor, el director crea un universo tan radicalmente extraño, tan desubicado, que acaba por ser perfectamente reconocible y universal. La estrategia no es otra que mostrar lo absurdo de cada uno de los gestos que pueblan ese territorio febril que el tiempo ha dado en llamar infancia. Si en 'Los Tenenbaums' la víctima era la familia y en 'Academia Rushmore', la adolescencia, ahora se trata de poner al descubierto todas las piezas que la mala literatura ha convertido en el reino cursi y tontorrón de 'Nuncajamás'.
Malos como adultos
Los niños de Anderson se comportan como los de Roald Dahl, como los de Twain, no como los de Disney. Son crueles, decididos, cabezones y terroríficamente absurdos. Es decir, exactamente igual que los adultos que un día llegarán a ser. Y con sus mismas dudas, idénticos empeños y similares desasosiegos. Todo tan carente de sentido. Quizá la única diferencia es la que intentaba revelar Antoine de Saint-éxupery cuando decía aquello de que "al primer amor se le quiere más, pero a los otros se les quiere mejor". Es decir, los errores se notan más y, tal vez, resultan más líricos.
El director, además, deja la estructura de su película a la vista para que sea el espectador el que se moleste en montar las piezas, en reconstruir la historia como una forma inteligente de construirse a sí mismo. Y ahí es precisamente donde la modernidad cobra sentido. No se trata de un artefacto para hacerse notar sino de un convencimiento profundo. Ni un sólo cliché, ni una frase hecha, ni un gesto repetido. Poético, conmovedor y profundo como las cosas que se ven por primera vez. Y todo ello, en el sitio exacto en el que el deseo se presenta como el primer gesto revolucionario contra la realidad. La infancia en el mejor de los sentidos; la emoción de la infancia recobrada.