domingo, 13 de mayo de 2012

dia de la madre


dia de la madre


Las madres de El Libertador

HOY EN COLOMBIA, EL

“DÍA DE LA MADRE”

“…Yo no he visto nunca que cuando una mujer se acuesta con un hombre y el calor fisiológico del deseo aflora por su cuerpo y a punto de abrirse de piernas, le diga al marido cuando éste está erecto como un poste de telégrafo:

“Agapito, espera que voy a hacer el dibujo de como me gustaría que fuese nuestro hijo cuando quede embarazada de este polvo loco. Y sin embargo,  si he visto algunas madres abandonar a sus hijos por ir a vivir con “su macho” del que se enamoró como una perra”. A.Abradelo



El día que nació Simón Bolívar, un 25 de julio de 1783, llovía en Caracas. El valle se encontraba nublado impidiendo la visibilidad del alto Ávila y la población se guarecía aterida por la baja temperatura bajo las casas de techos de barro cocido. Para Doña María Concepción Palacios era el nacimiento de su cuarto vástago; el cual fue saludado, pese a los rigores del mal tiempo, con fiestas y agasajos en la casona ubicada entre las esquinas de San Jacinto a Traposos.

Se había casado a la edad de 15 años con Juan Vicente Bolívar, de 47. Los dos, provenientes de distinguidas familias criollas vinculadas a grandes haciendas y trapiches. María había tenido una esmerada educación que incluía la escritura y el desarrollo de habilidades musicales tocando el arpa y la guitarra. En un exagerado discurso del presbítero Carlos Borges, el 5 de julio de 1921, cuando se abrió por primera vez al público la casa de los Bolívar en Caracas, definió el perfil de la madre de El Libertador: “Doña María Concepción Palacios y Blanco tiene 23 años: su belleza es fina y delicada como la de los lirios avileños. Porte gentil, silueta aristocrática y un aire indefinible de ingénita prestancia que la distingue entre todas las de su rango. Su estatura, ni grande ni pequeña, es la que Shakespeare requería para la bienamada: llega hasta el corazón de su marido. Ojos grandes y negros, de suave fulgor místico, a la sombra de luengas pestañas, ojos candorosos y humildes, inconscientes de su poder y su gloria”.

El recién nacido iba a llamarse Pedro José Antonio de la Santísima Trinidad. Con tal intención fue llevado a la pila bautismal el 30 de julio de 1783 pero en el momento del bautizo, el canónigo Juan Félix Jerez de Aristiguieda le cambia el nombre. Lo llama Simón, igual que otro de sus familiares. Eso por lo menos es lo que dice Simón Bolívar al respecto en una carta que le envía a su edecán Francisco O’ Leary: “Simón es un nombre que en la familia de verdad se repite como una enfermedad”. Más adelante le precisa que su padre “cambió la fecha del nacimiento a la del día anterior, 24 de julio, para zafarse del nombre de Santiago y para quitarse de encima a mi abuelo que por beato que fuera, no iba preparado para tamaña argucia. Allí mismo empezaron mis problemas con la familia Palacios, pero me llamé Simón y no nací el 24 sino el 25 de julio”.

Muere la familia

Por desgracia, la enfermedad rondaba a la familia. La madre padecía las secuelas de una tuberculosis que le impedía amamantar al pequeño Simoncito. Una vecina de origen cubano que recién había dado a luz, Inés Mancebo de Miyares, compartió su leche. Decía Simón en una carta: Fue ella la que en los primeros meses me arrulló en su seno, mi antigua y digna amiga, la señora Mancebo de Miyares, que en mis primeros días me dio de mamar. Que más recomendación para quien sabe amar y agradecer”.

A los dos años de edad muere el padre. Queda María Concepción atendiendo las haciendas y los hijos del matrimonio. Hace lo que puede pero la mala salud acosa y la tos se hace más frecuente. En la práctica el pequeño Simón es aislado de la presencia de su madre biológica para evitarle el contagio de la peligrosa enfermedad. Desde El Ingenio, una de las haciendas de la familia, se trae a Caracas a Hipólita, una esclava africana que estaba próxima a dar luz. Ella se encargará de amamantar al pequeño Bolívar que crece solitario jugando con un caballito de madera y una espada de madera.

Lo curioso del caso es que el mencionado presbítero Borges, en un afán necio de torcer la historia, sostiene lo contrario, afirmando sobre la capacidad de amamantar de María Concepción, la madre de Simón: “Y alguna vez dio sus pechos de madre joven al huerfanillo negro”. Pues sucedió exactamente lo contrario, reafirmado con su posterior fallecimiento cuando el pequeñín Simón apenas llega a los nueve años. Queda huérfano.

Es en ese momento cuando aparece sus verdaderas madres: Las negras Hipólita y Matea.

Las otras madres de Bolívar

Matea tuvo funciones de aya de Simón Bolívar desde su nacimiento. Lo lidió como hijo ante la ausencia de su verdadera madre preparándole especialmente sus diarias meriendas: arroz con leche condimentado con clavos y canelas, dulces de coco, el majarete, los jugos, especialmente el de níspero y los blandos suspiros de masa a base de huevo batido con panela especialmente traída del batey.

Las relaciones más fuertes y afectivas las tuvo Simón con la Negra Hipólita, nacida en el Ingenio San Mateo, en el estado Aragua. Ella lo amamantó, tratándolo como hijo. Una especie de niño travieso consentido de los esclavos, apegado a sus hijos biológicos y celebrado en sus travesuras por Hipólita, que lo llamaba cariñosamente Niño Simoncito. Después, ya en la madurez del hijo, pelearía a su lado en las gestas de la emancipación de la corona española junto con los suyos. A todos ellos Bolívar les concedió la libertad en 1821, tras la batalla de Carabobo.

Bolívar nunca olvidó a su verdadera madre. En una carta que envía desde Cuzco el 10 de julio de 1825 a su hermana de sangre, María Antonia Bolívar, le ordena: “Te mando una carta para mi madre Hipólita, para que le des todo lo que ella quiere, para que hagas por ella como si fuera tu madre. Su leche ha alimentado mi vida y no he conocido otra madre y padre que ella”.